Llevaba apenas 2 meses y tres países de Europa en mi aventura de ser mochilera, con toda la inexperiencia, incertidumbre y miedos que eso implica. Pero más fuerte que todo era el deseo de adrenalina que genera ir hacia lo desconocido, lo inesperado, países impredecibles. Así fue que cierto día, mientras desayunaba con unos buenos amargos en Barcelona, sin pensarlo mucho, saqué un pasaje al sudeste asiático para la siguiente semana. Como mi prioridad era conocer lugares y culturas y el reloj no era una preocupación me pareció una buena opción elegir un ticket Low Cost a Bangkok que tardaría 33 horas en llegar a destino, incluyendo una escala de 17 horas en Shangai. China? Yo? Ahora? Por qué no?
A veces trato de encontrar en otras cosas la euforia que se siente decir que si a todo, por más loco que suene, y ver que pasa. Pero al día de la fecha no pude encontrar algo que genere esa misma sensación en mi. Y es que es tan adictiva… Y ahí estaba yo haciéndome preguntas. Qué es lo más grave que me puede pasar? Perderme? “Siempre hay alguien que te va a ayudar”. Que me roben? “Siempre hay alguien que te va a ayudar”. Que por una loca razón desaparezca mi mochila con pasaporte, dinero y todo? “Siempre hay alguien que te va a ayudar”. Frente a todas mis preguntas siempre aparecía la misma respuesta, hasta que me quedé sin preguntas. Y es que somos así, tantas veces nos dejamos dominar por nuestros miedos (que son sólo creaciones irreales de nuestra cabeza) que siempre encontramos una buena excusa para quedarnos en el molde y no arriesgar. No arriesgar para no perder. No perder que? Qué es lo que quiero conservar? Es en verdad tan valioso para no arriesgarlo? Y todo lo que me pierdo de ganar por no arriesgar?
Bueno Marina, dale, ya fue, mandate y después vemos, si pasa algo alguien nos va a ayudar.
Y así fue como puse a prueba mi teoría para corroborar que siempre, aunque sea en el otro lado del mundo, hay alguien que te ayuda. Jamás pensé que mi teoría quedaría en jaque en el primer intento de probarla. Y es que en china, entre tantos millones de chinos, es muy difícil encontrar a ese que está dispuesto a ayudarte.
Expectativa: llegar a las 6 am al aeropuerto de Shangai, conseguir moneda local, dejar mi mochila en la consigna del aeropuerto, tomarme un bus/tren que me lleve al centro y conocer algo de la ciudad. Comer, tomar algo y volver a las 9 pm a tomar mi vuelo, feliz de haber conocido un nuevo lugar.
Realidad: Luego de hacer migraciones, intento cambiar mi dinero por Renminbis (moneda china). No hay problema, los aeropuertos tienen muchas casas de cambio que están abiertas las 24hs. Bueno, no en china. Cuando pude encontrar la única casa de cambio, me desayuné que estaba cerrada.
Igual, uno siempre se queda tranquilo en los aeropuertos porque al menos ahí, casi todos saben hablar en inglés y la gente sabrá decirnos a qué hora abre la casa de cambio. Bueno, no en china. Ni siquiera los empleados hablaban otro idioma que no sea mandarín. Y si, tiene lógica, es la primera lengua mundial y gracias a ella pueden comunicarse con más de 800 millones de personas. Para qué van a molestarse en hablar otro idioma? Está bien, lo acepto. Plan B, busco WI FI que hay en la mayoría de los aeropuertos y traduzco lo que quiero decir.
Bueno, agenden, no hay WI FI en el aeropuerto de Shangai. Plan C, gestos, señas, dramatización, lo que sea para que me entiendan. Bueno, no en china. Un chino resuelve mucho más rápido un cubo Rubik antes de comprender el acertijo indescifrable que representa señalarle el local de casa de cambio después de señalar el reloj de tu muñeca. Las señas y gestos que creemos son universales no funcionan en ese pequeño universo llamado China.
Resignada a conseguir efectivo pero con esperanza de poder pagar con tarjeta, me dedico a encontrar por mis propios medios el puesto de consigna de equipaje, pero me di cuenta que de nada había servido mi esfuerzo cuando vi a la mujer detrás del mostrador mirándome con cara de pánico frente a ese objeto tan extraño y peligroso que le mostré, poco conocido como tarjeta de crédito. Fue como mostrarle un crucifijo a un endemoniado.
Después de tantas dificultades para comunicarme, tuve miedo y pensé seriamente en no salir del aeropuerto. Pero después pensé en lo ridículo que sería perder mi único día en China por miedo a hablar con la gente y supe que no me lo hubiera perdonado nunca. Fue así como me cargué mi mochila al hombro y decidí ir con ella.
Y la ayuda siempre llega. En este caso fue una pareja de españoles que esperaban su próximo vuelo en un par de horas. Me dijeron que había un tren magnético súper rápido que llagaba al centro de la ciudad y que se podía pagar con tarjeta. También me dieron un mapa impreso de la ciudad. Que tiernos, mapa impreso en el año 2018. Lo acepté más por amabilidad que por necesidad (por lo general no me gusta llevar mapas y folletos porque son peso extra en la mochila) y dándoles las gracias me dirigí a tomar el famoso MACLEV. Horas más tarde me daría cuenta que no les agradecí lo suficiente.
Arriba de ese tren que se movía con una velocidad increíble veía a lo lejos la ciudad que jamás me imaginé que visitaría, y ahí, recién ahí, me di cuenta de lo lejos que había llegado. Esa sensación de vencer mi miedo y lanzarme estaba otra vez dentro de mí, y era ella la que hacía que todo valiera la pena.
Lástima que duró poco. Luego de un trayecto de 15 minutos, una chica muy amablemente me invitaba a descender del tren por lo que deduje que terminaba el recorrido. Ya estoy en el centro? Qué rápido! Pero en qué parte del centro estoy? Esos de ahí son dos occidentales? Si! Esta es la mía! Le pregunté a dos Belgas dónde me encontraba, a lo que me respondieron que estaba en una estación de metro en las afueras de la ciudad y que tenía que tomarme un subte para llegar al centro. No hay problema, los metros en casi todo el mundo se pueden pagar con tarjeta. Bueno, no en China. Creo que la chica que vendía los boletos en esa estación era pariente de la que trabajaba en la consigna de equipajes del aeropuerto, porque tenia exactamente la misma cara cuando le mostré mi tarjeta de crédito.
Era una estación de metro enorme, con carteles llenos de rayitas de colores que mostraban el sinnúmero de líneas que se desplegaban en la ciudad, con muchos molinetes, con muchos guardias, con gente, mucha gente. Gente haciendo fila para comprar sus boletos, todos apurados yendo y viniendo y corriendo cuando escuchaban el sonido de un metro arrivando, con la esperanza de que sea el que esperan y no perderlo. Y ahí yo, con mi mochilita, en lo más parecido a un laberinto que vi en mi vida, esperando que alguien se apiadara de mí y me ayudara. Pero a nadie parecía preocuparle mi cara de desesperación y mis señas inentendibles.
Los más sensibles frenaban a escuchar mi pregunta y si tenían una respuesta para darme, esa respuesta era en mandarín (nunca terminaré de entender ese extraño fenómeno que se da cuando uno pregunta algo en inglés y la otra persona empieza a dar indicaciones en chino. Como entendió mi pregunta si no habla inglés?). Los demás ni siquiera se interesaban por mi pregunta o lo que tuviera para decirles. Sentí una mezcla de miedo, bronca y unas ganas terribles de tomarme el tren de vuelta al aeropuerto y que esa pesadilla pasara rápido.
Me dispongo a encontrar un cajero automático que seguramente, como la mayoría de los cajeros del mundo, tendría la opción de idioma inglés. Bueno, no en China. Ahí estábamos los dos, el cajero con su pantalla llena de jeroglíficos y yo más perdida que Tarzán en reunión de consorcio.
Respiro hondo y empiezo a atraer a esa persona, a esa única persona que pudiera decirme donde carajo había un banco o casa de cambio. No fue fácil que me entendiera, recuerden que si un pulgar y un índice frotándose entre sí para nosotros significa dinero, en china no significa absolutamente nada, así como tampoco la palabra Bank o Money. Pero después de un rato intentando, ese extraño policía que se atrevió a hablar con una extranjera pudo indicarme dónde había un banco.
Genial! Ahora abro el Google Maps para llegar hasta el banco y… el Google que? No en China my darling. Posta que no sabías que en China no funciona Google? Por lo general, cuando voy a ir a un país trato de investigar poco sobre él, saber lo menos posible, de manera que el nivel de sorpresa sea el mayor posible. Vaya sorpresita con China!
Ahí recordé ese mapa que, mis ahora ángeles de la guarda, me habían regalado y que yo acepté de mala gana. Con un nivel de neurosis extrema contaba cada cuadra que caminaba, releyendo el nombre de cada calle veinte veces, como si memorizar el nombre de un probable prócer chino me ayudara de algo. Siendo las 8 de la mañana llegué al bendito banco, que por cierto abría a las 9. Di gracias a Dios por haberme regalado un hermoso día de sol y en su calorcito me relajé y esperé a que el banco abriera. Pobre ilusa. A las 9 una mujer comienza a levantar la persiana del banco y me acerco para entrar. La mujer me mira y balbucea algo en chino que claramente no entendí. Lo que sí entendí fue su gesto de “no abrimos” y la persiana bajando nuevamente. En serio? Esto me está pasando a mi? QUIEN ME MANDO A VENIR A CHINAAAAAA????
Basta, me cansé. Voy a caminar todo el día sin importar los 8 kg que llevo en la espalda ni a donde llegue. A partir de ahí, mi única preocupación fueron dos, la hora para volver al aeropuerto y no perder el mapa, mi único auxilio en esa jungla.
Mis sentidos se fueron despertando de a poco, con los olores típicos que brotaban de las comidas callejeras y perfumaban todo a su alrededor, con el ruido caótico del tráfico (aún siendo que estaba en las afueras de la ciudad), con las imágenes que me ofrecía esa ciudad oriental que apenas se desperezaba. Con sus adornos coloridos por doquier, la gente cocinando, comiendo, lavando los platos y hasta secando su ropa en la calle, mostrando su vida al primer espectador que supiera valorar esas escenas. Mi impresión fue ver gente que vive su vida de manera individual, apurada para llegar a no sé donde, y que poco parece preocuparles lo que suceda a su alrededor. Su atención está puesta en el trabajo, en sus urgencias y en protegerse de la contaminación con los barbijos más estrambóticos que puedan encontrar en el mercado. A causa de eso, a la mayoría no podía vérsele el rostro, sólo los ojos, ojos que no paraban de mirarme, haciéndome sentir más desubicada que torta frita en fiesta de quince.
Caminé cerca de 2 horas hasta llegar al río que bordea la ciudad, el cual solo se puede atravesar por algún medio de trasnporte. Por supuesto pasé por la puerta de otros bancos, pero ya estaba negada, no quería ni pensar en todo lo que implicaría cambiar dinero, encontrar el metro indicado, volver a la estación en horario, etc.
Así que me senté a contemplar la vista, pensando en por qué la vida me había llevado a ese lugar. Y me recosté en el césped a descansar de tantos nervios. Claro, los chinos corren de acá para allá y no se detienen a sentarse en el césped. Todos los que pasaban me señalaban y se reían de mí por estar descansando en un lugar público. Y me sentí completamente sola, y triste, porque empecé a pensar que me esperaban más de 2 meses en Asia. Si todo iba a ser así ya mismo me estaba sacando un vuelo de vuelta a Europa.
El día se me hizo interminable. Había intentado comprar un agua con la tarjeta y no funcionó. No podía siquiera sentarme en un bar a tomar y comer algo. Por suerte siempre hay un Mc donal´s que nos ofrece generosamente su baño.
Cerca de las 5 emprendo mi camino de vuelta a la estación. Al fin pasó este día interminable! Sólo me tengo que fijar en el map…. El mapa? No, por favor no! Si yo lo puse acá y lo cuidé todo el camino… no puede ser! BASTAAAAA! (Admito que a esta altura ya me reía sola de mi situación)
Agradecí a Dios mi estado de neurosis que me hizo contar cuántas cuadras a la derecha, izquierda y rectas había hecho exactamente, lo cual me permitió caminar las 2 horas de vuelta hasta la estación sin mapa y sin tener que depender de preguntarle a un chino que seguramente no me ayudaría en nada.
Cuando finalmente puse mis pies en el aeropuerto eran las 7:30 de la tarde. Faltaban varias horas para mi vuelo. Necesitaba hablar con alguien. Miro a mi alrededor y eran todos orientales. Miro mi celular y sin WI FI imposible hablar con alguien. Así que hice lo que cualquier persona madura haría en un aeropuerto mientras espera su vuelo, empezar a llorar desconsoladamente.
Decido buscar mi cuaderno viajero para desahogarme escribiendo al menos. El cuaderno tiene la imagen de una mujer en pose de yoga meditando, y al agarrarlo veo que se dañó la tapa justo en la frente de la chica dejando un agujero en el papel. No tengo idea de cómo pudo romperse si en la mochila sólo había ropa y no había nada cerca que pudiese romperlo. Así que deduje que la vida respondió a la pregunta que le hice frente al rio. Estuve acá para abrir mi cabeza. Y eso me pareció más que suficiente.
Claro que me arrepentí de no haber cambiado el dinero en otro banco y no haber tomado un metro para conocer más de la ciudad. Pero me lo perdono, porque es lo que mi cabeza me permitió hacer ese día. Y después de todo, salí de mi zona de confort.